lunes, 24 de marzo de 2008

Golpeado, pero vivo

Por Eduardo Aliverti (publicado hoy en Página 12)

Hoy se cumplen 32 años del golpe y el periodista estaba repasando, como lo hace con atención especial cada vez que se trata de un acontecimiento de esa naturaleza, lo que en su momento o en varias circunstancias supo decir sobre el tema. Y volvió a encontrarse con una columna de hace unos años, respecto de la cual vuelve a parecerle que no tiene que alterar virtualmente nada. Y no está nada mal eso de sentirse ratificado.


Cabe seguir afirmando, para empezar, que el golpe del ’76 cambió a los argentinos hasta un punto que sólo los mediocres sin retorno (en fin, como todos los mediocres) son incapaces de advertir. Y que mucho más allá del apoyo declamatorio al sistema democrático, no hay correspondencia estricta entre el rechazo, el asco o la vergüenza por lo ocurrido y tolerado; y la práctica de esos sentimientos cuando se los traslada a acciones concretas. La historia oficial y el imaginario colectivo continúan arreglándoselas a fin de convencer(se) de que el 24 de marzo de 1976 desembarcó porque sí una banda de carniceros humanos que, también porque sí, perpetró una de las masacres masivas más escalofriantes del siglo XX. De modo que es significativo que, también siempre sin mella de su rol genocida ni de su carácter mafioso, haya que insistir en el papel de las Fuerzas Armadas como instrumento supremo de las patronales “económicas” locales y universales. La cuenta de cómo la civilidad no termina de adquirir conciencia acerca del para qué del terrorismo de Estado sigue vigente, al igual que no suponer por eso que el pueblo argentino volvería a ver pasar como si nada una determinación asesina de esa naturaleza. Pero muchas actitudes individuales y sociales, políticas y corporativas, pequeñas o enormes, ratifican igualmente la permanencia de bajos instintos inquietantes.


Es hacia ese sentido que el golpe de hace 32 años es definible como “vivo” en cada idiota que pide mano dura para acabar con la inseguridad urbana, como si sus causas no fueran estructurales y se tratase, otra vez, de arreglar las cosas a sangre y fuego. Lo mismo para el registro de que no hay una clase dirigente intermedia con cojones y eficiencia patrióticos, porque desaparecieron a los mejores cuadros militantes. Lo mismo para los gruesos sectores de clase media que, después de fantasear con el dólar barato y los viajes al exterior del cuarto de hora milico, volvieron a hacerlo con el amanuense milico Domingo Cavallo; y ahora con querer salvarse solos sin negrada sindical o marginal que les corte el tránsito (eso queda reservado para la comprensiblemente indignada gente del “campo”). Lo mismo para los periodistas y medios de comunicación apologistas del golpe, “intelectuales” del golpe, escribas del golpe, capaces de no ensayar ni un atisbo de arrepentimiento transcurridos más de 30 años (aunque bien puede decirse que si lo hicieran marcharían en contra de su propia razón de ser, en tanto son parte inescindible del poder, ayer y hoy). Lo mismo para las cúpulas eclesiásticas que bendijeron las armas y las torturas y las descargas de 220 voltios en las vaginas de las embarazadas, tan preocupados los príncipes de la Iglesia por el derecho a la vida. Lo mismo con las tribus de la policía, que no reconocen su origen pero sí su desarrollo en aquellos años de repartir el botín de las casas de los secuestrados. Lo mismo con los votos a las crías que vieron crecer sus empresas en la dictadura. Lo mismo con la explotación agropecuaria concentrada en unas pocas y monumentales manos. Lo mismo con una ley de Radiodifusión en la que persiste intocada la firma de Videla en 1980, tanto como la de Martínez de Hoz, de 1977, que regula la actividad bancaria y financiera. Lo mismo en el trabajo y el empleo precarios gracias a la desarticulación del tejido social, obras todas paridas por los monstruos de hace 32 años. Y lo mismo en cada oprimido que reproduce el discurso del opresor, y en cada pobre y cada pobre diablo que se enfrenta con cada pobre y cada pobre diablo.


Sigue también vigente que esta muy escueta lista puede ser cotejada con otra mucho más amena, conformada por aquello que enseña lo muerto del golpe: franjas juveniles e intermedias de todas las clases sociales, enemistadas a rabiar con el autoritarismo (al menos si se lo ve con lo que identifican como agresión a su individualidad, y no con la dictadura mediática que les pauta gustos y costumbres); una conciencia casi inercial respecto de dónde habita el enemigo; la probanza histórica del infierno a que condujo mirar para el costado. Y, cómo no, los pasos positivos que dio la política institucional, en este gobierno y en la primavera alfonsinista, en torno de juzgar a los genocidas gracias a la acción inclaudicable de los organismos de derechos humanos. Resta todavía –y de allí la historia oficial reacia a profundizar– el juzgamiento completo, o siquiera parcial, de los responsables económicos mandantes de los militares. Aquella respuesta del porque sí, a propósito de por qué desembarcaron esos criminales con uniforme un 24 de marzo de 1976, tiene saldo pendiente en los institutos de formación castrense, en el modo de enseñar la historia a los pibes, en los programas del periodismo “independiente”, en cada cómplice y en cada tonto que obvian profundizar las respuestas en cada casa, en cada discusión de las que todavía haya sobre lo que pasó, en cada displicencia familiar. Todo lo lejano que hoy parece el golpe se acerca, agazapado pero amenazante, cada vez que da lo mismo si extraditan a un represor, si parece del tiempo de las cavernas que juzguen a los culpables de los fusilamientos de Trelew y a la Triple A, si se busca la forma de acelerar los juicios a los asesinos. Cada vez que todo eso dé lo mismo, como da lo mismo cada día que pasa sin saber qué pasó con López, el golpe está vivo. Golpeado, pero vivo.


La lista que lo demuestra debe dejar en alerta constante a las franjas más lúcidas de la sociedad. Parece una obviedad hasta irrespetuosa, pero hay quienes cayeron en la inmovilidad, o en el conformismo, a partir de satisfacerse con algunas zanahorias que la inteligencia del poder supo mostrar.


El periodista insiste en creer que el listado debería promover alguna reflexión entre quienes creen que la muerte del golpe es absolutamente definitiva. Y quienes caen en la trampa de reproducir, bajo formas renovadas, el ideario de quienes hace 32 años desataron la más grande tragedia de la historia argentina.

NUNCA MAS.


lunes, 17 de marzo de 2008

It's all over now

Tres meses de cuenta regresiva, varios años de decir "imaginate si viniera Dylan..." como si fuera casi lo más imposible del mundo, todo ese tiempo, se suspende por dos horas y después se esfuma. Going, going, gone. Se terminó.
No puedo evitar que me invada el bajón cuando se termina algo que estuve esperando por mucho tiempo, con las expectativas más grandes que es posible tener, pellizcándome todos los días para ver si era verdad. A eso hay que agregarle además las más que mínimas posibilidades de que Bobby vuelva a estar entre nosotros.

Llego al VIP Gold, sector D, fila 13, que después se llenaría cincuentones emocionados, chicos y padres que hicieron de su admiración por Bob un asunto familiar, gente exagerádamente cool y famosos que rascaron la entrada de algún canje (seré puro prejuicio, pero alguien se imagina a Luisana Lopilato comprando The Freewheelin'?), y ya se me cierra el estómago de ver lo cerca que voy a tener a Dylan. Tan cerca que le voy a ver las arrugas.

Y salió. Piel de gallina, escalofríos, creo que grité. A partir de ese momento se me confunde todo lo que pasó durante las dos horas siguientes. Sé que fue más de lo que esperaba, que cantó mejor de lo que esperaba, que el repertorio me dejó más que conforme (que no es poco decir cuando hay que elegir 18 canciones de entre los cientos que compuso). Que cuando me muera, quiero que en el cielo haya una banda como la que tiene él. Wow, eran increíbles, por momentos me preguntaba si había venido a ver a Dylan o a la banda. La actidud, los trajes; parecía que habían salido del fondo de una cantina del lejano Oeste, de esas que tiene puertitas que se abren por la mitad y donde se arman peleas que hacen volar botellas de vidrio por los aires y que las mesas queden dadas vuelta, pero la banda sigue tocando en el fondo del local ajena a todo. Y ver esos momentos casi imperceptibles en los que Bob mira a alguno de los músicos y le hace una mueca o un guiño para marcarles el fin de la canción o qué viene ahora, no tiene precio. Me hubiera gustado que no se apagaran las luces entre canción y canción para ver también cuando les avisa qué canción sigue. Contuve la respiración cada una de esas veces, nunca se sabía con qué iban a salir después.

Y ahí estaban esa banda perfecta y el maestro de los maestros. Pasó casi todo el brillante Modern Times (nada más quiero decir una cosa: Nettie Moore) y un par de las joyas que alguna vez soñamos con escuchar (en realidad quiero decir una cosa más: Just Like a Woman. Casi me tira del asiento) y cuando me quise dar cuenta ya estaba gritando "how does it feeeeeeeeeeeel" y queriendo que ese segundo durara horas, días. Se van y vuelven. Los bises se pasan en una ráfaga furiosa; no puedo creer que mis oídos estén escuchando ¡Stuck Inside Of Mobile! por el mismísimo Bob Dylan en ese mismísimo momento, es insólito. El ojo gigante se despliega en el fondo del escenario para All Along the Watchtower y se levanta un poco de viento que siento en la cara y es perfecto. Ya está, digo, los dos bises de siempre y que el último apague la luz. Se acercan a saludar y pienso que Dylan parece más incómodo todavía de lo habitual sin un instumento adelante. Bob y los músicos se miran, intercambian palabras en otro de esos momentos indescriptibles (ver a Dylan interactuar con otros es digno de observarse) y ¡vuelven a los instrumentos!. Parece que ligamos unos minutos más de Historia.

Ahora el descargo: Leí la edición digital de Rolling Stone y es indignante. Bajo la crónica del recital se suceden mensajes despotricando contra Dylan. No pretendo que a todo el mundo le haya encantado el concierto, el tipo es y fue siempre difícil de digerir, pero es ridículo leer cosas como que una supuesta fanática diga sentirse estafada y más aún los que afirman que después del tercer tema ¡empezó a hacer playback!

Si no me molestara tanto, me resultaría graciosa la omnipotencia con la que hablan algunas personas: si hay un artista en el mundo que ya no tiene que demostrarle nada a absolutamente nadie, ése es Bob Dylan. Si tiene que cantar mal, lo hace y dudo que le preocupe taparlo con una grabación.

Sí, era casi imposible seguir las letras de las canciones. Sí, la voz sonaba rasposa y las versiones casi irreconocibles. No mira jamás al público ni habla más que para presentar a la banda. ¡Pero es Bob Dylan! Qué esperaban? Nunca tocó una canción de la misma manera dos veces, no canta bien ni quiere hacerlo. Además, más allá del show creo todos lo fuimos a ver él. Tener el privilegio de haber visto a Dylan con mis propios ojos pesaba tanto como escucharlo cantar cuando compré mi entrada.
Si alguien quería ver a un artista que suene igual que en estudio para poder cantar a coro todas las canciones, que se ponga la camiseta con la 10 en la espalda y que le dedique un tema a Maradona, la pifió con el show, capaz les vaya mejor en uno de Robbie Williams.

Dylan no esta intacto y el paso del tiempo dejó marcas, y grandes, en él, porque cambia a cada segundo, como siempre lo hizo, se mueve y se transforma al ritmo de su propio pulso y del de nadie más, y ahí está lo que lo hace genial. Y los que no pueden seguirlo, no lo entienden, y terminan diciendo cosas como que canta mal. 40 años atrás probablemente hubieran abandonado indignados el Royal Albert Hall igual que algunos abandonaron Vélez en la mitad del show. Hoy dicen este tipo de cosas, pero cuando se pone a tocar Stuck Inside Of Mobile ni se inmutan (¡¡¡Stuck Inside Of Mobile, por Dios!!!) como pasó el sábado con la gran mayoría de gente a mi alrededor.

Es cierto también que mi fanatismo me lleva a que, aún dando una actuación espantosa, para mi Dylan siga siendo el mejor y yo me vaya feliz a mi casa. Pero este recital estuvo lejos de ser el caso. El problema es que algunas personas piensan que Dylan podría seguir haciendo el mismo de hace 40 años como hacen los Rolling Stones. Por lo pronto, agradezco que haya habido suficientes personas que hayan pagado la entrada como para que el recital se pudiera hacer.


Yo me quedaré siempre con la duda de qué es lo que le pasó por la cabeza cuando decidió hacer un tercer bis.

jueves, 6 de marzo de 2008

Escenas borradas: Casi Famosos

Uno piensa que cuando una escena no llega a formar parte de la edición final de una película es porque no aporta lo suficiente a la historia, o porque no está a la altura del resto del film.

No es el caso de esta escena de Casi Famosos, que quedó afuera del film por problemas con la conseción de los derechos de Stairway to Heaven (Led Zeppelin siempre se rehusó a cederlos. Es por eso que en el DVD que incluye las deleted scenes de la película se invita al espectador a sincronizar su propio audio de la canción con las imágenes). Se supone además que era demasiado larga. De hecho, la escena gira alrededor de los personajes realmente escuchando la canción completa. Bastante inusual que una película le dedique más de 10 minutos a algo así. Parece que Cameron Crowe, director y guionista de la película que se basa en su propia experiencia de adolescente, se volvió loco cuando supo que no podía usarla. Y con razón.



Parte 1




Parte 2





Parte 3




Un par de datos bonus track: a) La mujer de negro y pelo corto, que se presenta como una de las prfesoras, es en la vida real la madre de Cameron Crowe, b) Frances McDormand, que interpreta a la madre de William, es en realidad fanática de Led Zeppelin.


domingo, 2 de marzo de 2008

Idiot Wind

Hay ciertas canciones que tardan en ser aceptadas, que necesitan ser escuchadas una, dos, cincuenta veces antes de que nos demos cuenta de su valor, antes de que se ganen un lugar en la lista de canciones que, recomendarías, nadie puede morir sin escuchar. Sin embargo, cuando finalmente las descubrimos se convierten casi en una obsesión.
Idiot Wind de Bob Dylan es una de esas canciones para mí. He aquí los motivos:


1- Debe ser mil veces más difícil escribir una buena canción de odio, sin caer en bajezas, manteniendo la poesía, que una buena canción de amor. Bueno, Dylan se las arregla. Y qué canción de odio, además.

2- La interpretación vocal de Dylan . Idiot Wind es la refutación máxima para las críticas a Dylan como cantante. Domina la canción soberbiamente, es suya por completo. Sube y baja la emoción alargando las sílabas, como es su marca registrada (alguna vez trataron de cantar una canción de Dylan, dándole ese efecto? Es un fracaso desde antes de haber empezado, infinitamente más difícil de lo que parece). Su voz se retuerce, se agazapa, se quiebra en los momentos justos, sangra. Dolorosamente visceral. Cómo no ponerse del lado de este pobre tipo, devastado por su amante?

3- No hay un verso en toda la canción que tenga desperdicio. De punta a punta, Dylan despliega su artillería pesada, todo el dominio verbal y poético del que es dueño. Las imágenes que evoca, de esas que al escucharlas nos hacen ver, oler, saber la hora del día en que suceden, donde las que provocan escalofríos de tan reales, de tan melancólicas. El Dylan narrador en todo su esplendor.
Por cuestiones de extensión (la canción tiene sus buenos doce párrafos), voy a tener que conformarme con citar un par nada más:

“There's a lone soldier on the cross, smoke pourin' out of a boxcar door,/You didn't know it, you didn't think it could be done, in the final end he won the wars/After losin' every battle.”

“The priest wore black on the seventh day and sat stone-faced while the building burned./I waited for you on the running boards, near the cypress trees, while the springtime /turned slowly into autumn.”


4- A diferencia de la mayoría de las canciones de Dylan, la musa inspiradora de Idiot Wind, tiene cara y nombre, su esposa, Sara Lownds. Aunque la relación tuvo después más idas y vueltas, Idiot Wind fue escrita por Bob en el ojo del huracán que lo que fue la tortuosa separación de Sara .
El hecho de que semejante muestra de odio y desprecio fuera inspirada por su esposa, hace que la canción sea aún más vívida, más real, y por eso, más efectiva en su impacto.


5- Es la canción con más furia que escuché o escucharé en mi vida. Una furia realmente profunda, además, que se desprende de haber sido herido en lo más hondo. Casi en llanto, Dylan alarga la última palabra de cada verso, convirtiéndolo en un aullido desgarrador.
Es un milagro que todavía sepas respirar, sos una idiota, nena, un día vas a estar en la basura, moscas volando a tu alrededor, estas abajo de todo, no puedo ni tocar los libros que leíste. Esas son algunas de las cosas que Dylan, puro veneno, le escupe en la cara a su mujer.
Pero para esto, no hay mejor muestra que la canción misma.

“You hurt the ones that I love best and cover up the truth with lies./One day you'll be in the ditch, flies buzzin' around your eyes,/Blood on your saddle.”

“What's good is bad, what's bad is good, you'll find out when you reach the top/You're on the bottom.”

“I noticed at the ceremony, your corrupt ways had finally made you blind/I can't remember your face anymore, your mouth has changed, your eyesdon't look into mine.”

I can't feel you anymore, I can't even touch the books you've read/Every time I crawl past your door, I been wishin' I was somebody else instead.”

“You'll never know the hurt I suffered nor the pain I rise above,/And I'll never know the same about you, your holiness or your kind of love,/And it makes me feel so sorry.”



6 – De pie y aplaudiendo para este final.

“Idiot wind, blowing through the buttons on our coats,
Blowing through the letters that we wrote,
Idiot wind, blowing through the dust upon our shelves,
We’re idiots, babe, it’s a wonder we can even feed ourselves.”

Al final, la culpa era de los dos.



La versión bootleg



Un día, cuando todavía la canción no me parecía tan impresionante, escuché la toma, interpretada solamente con guitarra y armónica, que aparece incluida en The Bootleg Series Vol. II. Desde ese momento me resulta imposible separar una versión de la otra. Puso al descubierto que el alma de la canción es tan intensa que trasciende absolutamente los instrumentos o los arreglos, incluso la letra (muchos fragmentos son distintos de los de la versión editada). Además evidencia una de esas cosas geniales de Dylan: muchas versiones piratas suenan tan bien como las editadas oficialmente, tanto que uno no sabe con cuál quedarse. Desnuda, más cruda, más cruel y más triste; me gusta más que la de Blood on the Tracks.