jueves, 31 de enero de 2008

Beatles de frontera

Después de haber esperado (mejor dicho, dormido) 2 horas en la terminal de Bariloche por no haber conseguido lugar en el micro, llegamos al Bolsón. Recorro la feria que está en la plaza, que para mi gusto, se parece demasiado a los bosques de Palermo (tiene botecitos de esos a pedal y todo), comiendo con la mano frambuesas que vendía una viejita. Es lo único que compro ahí.

Tomamos un colectivo bastante destruido para ir al lago Puelo. El calor es terrible, hay tierra por todos lados y se hace más visible todavía cuando la luz se filtra dentro, mostrando la cantidad de polvo que flota en el aire. Estoy cansada y bastante sucia, pero en realidad no me molesta. Por el contrario: la situación se presta para imaginar cosas y pienso que estoy en uno de esos colectivos rojos llenos de gente y animales que se usan como adornos de mesitas ratonas, y que viajo por el medio de la nada, por algun desierto fronterizo. Cuando subo, el chofer, antipático, gruñe como contestación a mi saludo; viene escuchando una especie de cumbia colombiana en la radio vieja del colectivo con interferencia.

No pasan 10 segundos desde que noto la música, cuando empieza a sonar "Please please me" en la radio. Pienso que es una casualidad, no me ilusiono. Pero termina, y ahora suena "Twist and Shout" y después "Love me do". Es increible: el chofer que hace unos segundos estaba sumergido en el cachengue caribeño acaba de poner un disco de los Beatles. Aparecen como gotas de la civilización en este medio de la nada, y me resulta gracioso y genial, casi una obviedad, que sean justamente ellos la "civilización", quiénes más sino?.
Y la gente en el colectivo empieza a llevar el ritmo con el pie, algunos hasta mueven la cabeza. Unos pocos cantamos. Unos días atrás, en el hostel donde nos hospedábamos, pasó algo parecido. En la sala de estar pusieron "I saw her standing there" y automáticamente todos parecían un poco más felices, sonreían, bailaban un poco en sus asientos. Llegamos al Puelo, y cuando bajo saludo al chofer. Ya no me parece nada antipático, me sonríe y todo.

Pienso, una vez más, sonriendo para mí misma, en lo interminablemente universales que son los cuatro de Liverpool, en el lago Puelo, hasta en los desiertos de frontera. Aquí, allá y en todas partes.